domingo, 14 de diciembre de 2008

DER NIERS-ESPRESS: ENDSTATION KLEVE

“Si el Rin fuera el Guadiana, no estaríamos aquí (en Alemania) borrachos de nostalgia”

Uno de los trayectos más habituales y más bonitos paisajísticamente hablando de mi recorrido vital, aunque siempre deba comentarlo con matices. Siguiendo el adagio de arriba me pregunto sobre quién, qué pueblo o que civilización, se emborracha en cada momento histórico, quién emigra y quién vive o decide echarlo todo por la borda.

Y es verdad que hace pocos meses se encontraron en una estación de tren de Alemania por casualidad cuatro extranjeros abandonados entre máquinas y automatismos. Ello no es la primera vez que me ocurre desde mi atenta observación de las sorpresas cotidianas; yo estaba, en este caso, con ellos o entre ellos, y me sentía evidentemente el menos extranjero (aunque siempre un poco extranjero tratándose del país que se trata). Ninguno sabía cómo acabar de llegar a su destino aunque no resultaría difícil encontrar solución material a esa situación coyuntural (lo material no es problema en estos casos; lo inmaterial resulta mucho más complejo).

Dos de mis compañeros encontrados llegaron a comunicarse mediante una lengua lejana; el primero viajaba desde Pakistán, el segundo desde Afganistán, tierras fronterizas y al mismo tiempo incomparables. Realmente parecían ambos no tener nada más en común que la necesidad de encontrar su camino en Europa. El tercer extranjero en cuestión era un africano de piel muy oscura, con grandes maletas arrastradas y gran fuerza corporal; éste se dejaba llevar por el resto, escuchaba y seguía los pasos de la mayoría. Finalmente se encontraba una chica “exsoviética” (no puedo acertar más que en este adjetivo ya que no me atrevería a adivinar su “exrepública” hoy independiente). Por la expresión de sus ojos era bastante oriental, por otro lado tenía mucho de mezcla con la vieja e imperial Rusia.

Resumiendo: un estudiante elegantemente vestido colonizado por los británicos que desertaba de su origen; un refugiado de guerra de las más altas y primitivas montañas de Asia; un espalda mojada aventurero que no tiene nada que perder; y una pobreza infinita desde la mirada perdida de la angustia de la mujer sola, débil, perdida.

Todos coincidimos en tomar el mismo tren en un lugar, por otro lado, nada especial de la región triste y bella del Bajo Rin. Todos fuimos bajando estación tras estación hasta yo llegar al final del recorrido. Lo había mirado y pensado todo.

Y es que en ese mismo tren convivían junto con nuestros invitados algunos alemanes autóctonos, aunque no muchos. Eran “los otros”, una minoría propietaria en franca decadencia: la mayoría eran más bien viejos, solos y borrachos, personas que gritaban enloquecidas en el idioma universal de Goethe, esquizofrénicos policías y guardias de seguridad que peleaban con algún delincuente marginal de rasgos e indumentaria de origen remoto (ayer quién sabe si turco, hoy alemán pese a todo), hooligans del Schalke 04 después del match del sábado por la tarde…

Historia del mundo en el S.XXI, imágenes que se complementan simultáneamente que son las dos caras de una misma moneda. Mientras unos, que lo han tenido todo y tienen tiempo para desbaratarlo, existen los recién llegados y mal recibidos al centro del universo que sólo cuentan con sueños y esfuerzos para desenvolverse entre la hostilidad.

Concluyendo: existen serios síntomas de que el mundo se mueve por una serie de inercias globales, que hacen que de aquí hacia allá todo circule con el mismo peligro y con la misma ventaja según el origen y el sentido que cada protagonista pueda entregar a la acción de su supervivencia.

¡Qué mas da la nacionalidad o el Estado en el cual nos encontremos si en un lado u otro todo puede repetirse y vincularnos!

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