sábado, 11 de octubre de 2008

LA INFLUENCIA DEL ANÁLISIS EN LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS INTERNACIONALES

Partiendo de una definición básica del conflicto, entendido como divergencia o incompatibilidad entre objetivos o intereses en pugna en el interior de un sistema, no deberemos olvidar algunas de sus facetas:

el conflicto es un elemento natural en las relaciones humanas;


no tiene porque significar estrictamente algo negativo, es más bien una realidad con la cual nos ha tocado vivir;

generalmente se enmarca dentro de un proceso más amplio y pluridimensional;


la confrontación de objetivos o intereses de que hablamos puede exteriorizarse o no;


no equivale “per se” a violencia;


nunca se puede considerar aisladamente por su propia complejidad.

Vivimos pues en constante conflicto tanto a nivel personal como a nivel asociativo, aunque no debemos permitir por ello que se esos conflictos se engrandezcan o puedan llegar a poner en peligro nuestra propia integridad o la relación pacífica de que gozamos con nuestros vecinos. Existe una doctrina científica que se ocupa de estudiar el conflicto, como hay otras doctrinas que se ocupan de entender el comportamiento humano o las relaciones humanas en sí mismas. Concretamente existe una rama de la mencionada doctrina que estudia el método para analizar los conflictos, fase previa a la gestión o a la transformación de éstos.

Podemos afirmar que del análisis del conflicto dependerá la estrategia de intervención, en el caso de que se pretendan aminorar o erradicar las incompatibilidades de intereses. Luego existen básicamente dos tipos de motivaciones respecto al conflicto: se puede intentar ir a la raíz con el objetivo de solucionarlo o simplemente se puede decidir meter un parche al problema causante de la discordia, o lo que es lo mismo, se puede aspirar a terminar con el conflicto o simplemente se puede intervenir con el objetivo de atenuar sus efectos.

Para solucionar de forma efectiva un conflicto, generalmente se deben haber ganado muchas batallas en el transcurso de un largo camino. El conflicto puede visualizarse como una carrera de obstáculos. Para llegar a la meta o al final del camino estamos obligados a superar dichos obstáculos uno tras otro, empezando por el primero y terminando por el último. Ésta es la visión menos compleja de un conflicto que discurre en una lógica lineal, pero también puede darse el caso, efectivamente, en el que se produzca el conocido “efecto Alzamora”, o lo que es lo mismo, el caso del motociclista que es capaz de proclamarse Campeón del Mundo de Motociclismo en su cilindrada sin haber ganado anteriormente ningún Gran Premio durante toda la temporada. En el primer caso lo que prevalecerá será la perspicacia y el esfuerzo constante del atleta, y en el segundo convendrá ser mucho más sutil e inteligente con una programación a largo plazo gracias a la regularidad calculada. En ningún caso deberemos olvidar el mensaje extraído de la parábola de la tortuga y la liebre.

La realidad de los conflictos siempre supera a cualquier análisis previo posible por lo que se deberá estar preparado para cualquier tipo de imprevisto o sorpresa de última hora. El conflicto en sí resulta un cúmulo de oportunidades por lo que nos será imposible cerrar conceptualmente la situación determinada en el momento en que aún no hayamos decidido enfrentarnos a la misma.

Desde el punto de vista hasta ahora formulado se debería apostar rotundamente por un esfuerzo centrado en deslumbrar las raíces de cada situación, ya que de identificarse, éstas nos ayudarían a darnos cuenta en su coincidencia a lo largo de la historia y en sus diferentes contextos internacionales. Entonces es cuando podemos actuar mediante la prevención. Creemos, algunos, que más de las dos terceras partes de los conflictos internacionales responden a unas coordenadas de exclusión económica o, al menos, esas coordenadas son una de las partes fundamentales de dichos conflictos. Hoy en día, se considera que todos los conflictos son multicausales, a lo que debemos añadir la influencia que sobre los conflictos ejercen tanto la ubicación geográfica, como la historia o la cultura del mismo. El hambre, como dice el Premio Nóbel de la Pez Alfredo Pérez Esquivel, representa una de las peores violencias que se producen en el mundo, y al respecto existen muchas medidas posibles encaminadas a paliar el sufrimiento de grandes sectores de la población. Sin ninguna duda, una sociedad más justa y con unos recursos económicos mejor redistribuidos, se convertiría en una sociedad con menor probabilidad de conflicto. De la misma forma que ante un frenazo en la carrera de armamentos y la puesta en duda de los soportes culturales que contribuyen a que exista una “mitomanía sobre la figura del guerrero”, el conflicto podría quedar tan sólo en una discusión acalorada sobre cualquier punto en desencuentro.

La regla máxima del analista en conflictos podría resultar hacer un buen uso de su capacidad para fragmentar. En este contexto existen tres elementos centrales a desagregar dentro de cualquier hipotético conflicto. Cuánto a los ACTORES, deberemos saber identificar a los grupos y personas involucradas en una primera fase, para más tarde procurar entender la percepción que del problema suscitado tienen los mismos. De ahí que hablemos siempre sobre la necesidad de realizar ejercicios destinados a promover la empatía; o sea, la capacidad de meterse en la piel del prójimo. El segundo elemento a considerar en un conflicto es el PROCESO. Nos referimos al proceso como parte de la dinámica del conflicto bajo observación. Por ejemplo, un hecho que podría derivar en conflicto latente podría tratarse en un momento dado de un eslabón perdido que formase parte realmente de un ciclo mucho más grande. Finalmente, deberemos describir el PROBLEMA. Hablamos de delimitar temas y asuntos que nos incumben; poner en claro los intereses afectados; y, concretar las necesidades básicas de las partes enfrentadas. Paralelamente a lo dicho deberíamos tratar de clasificar el origen, la estructura y la magnitud del problema base. Para realizar un buen análisis de conflictos hacen falta, sin duda, dos recursos indispensables como son la definición y la comprensión. Una vez definida la problemática, teniendo en cuenta un balance de los recursos existentes y utilizables para gestionar, solucionar o transformar el conflicto, deberemos emprender la hazaña de comprender en el sentido amplio de la palabra.

Como decíamos anteriormente, en esta estancia deberíamos comprender en el sentido de saber apreciar cuál puede ser el mayor nivel de negociación asociado a la cultura de un conflicto. Creemos que esto debe ser irreversible: un conflicto construye una cultura alrededor suyo que es parte, a su vez, de la cultura de un pueblo, que, al mismo tiempo, puede sufrir dicha situación desde fechas inmemoriables. Entonces resulta de vital importancia el hecho de poder aproximarse a las diferentes culturas del conflicto; observar cómo se discute o cómo se pelea entre las partes; y, de todo ello, aprender. Tanto la técnica que nos pueda servir en la construcción de nuestro análisis cómo la experiencia acumulada en la constatación de la vida cotidiana de los hechos, y más específicamente en este caso, nuestro acercamiento real y físico, a las zonas abiertas de conflicto, nos podrán ayudar mucho a la hora de dar en el clavo en la interpretación de la realidad. Es precisamente en este punto donde nos hallamos ante uno de los episodios más difíciles dentro del trabajo relacionado con los conflictos: ¿cómo debemos empezar a tratar el tema en el terreno? No en vano la respuesta a esta pregunta formaría parte de otro episodio de nuestro cuento.

Para finalizar mis reflexiones sobre el conflicto y su análisis, no me quedaría más que parafrasear a uno de los más insignes sabios sobre la resolución de conflictos, Jean Paul Lederach: “el conflicto debe plantearse según dilemas o según contradicciones, siendo preferible el primer camino”. Volviendo a los ejemplos antes citados, nuestro objetivo irrenunciable como analistas debería ser convertirnos en Campeones del Mundo en la Resolución de Conflictos sin renunciar nunca a ganar también algún Gran Premio, que es la forma de ganar bien y con holgura. El ideal nuestro sería poder compatibilizar al máximo los intereses enfrentados a partir de entender la resolución de conflictos como la posibilidad de abrir una puerta blindada con el desconocimiento previo de la llave exacta que puede ayudarnos a dicho efecto.

Cambrils, octubre 2003

miércoles, 8 de octubre de 2008

DÁNDOLE VUELTAS AL TEMA DE LA GUERRA DE IRAK

“Open your eyes and read between the lines” (graffiti callejero)

Los griegos, los romanos y los franceses de la segunda mitad del S.XVIII sufrieron el mal de la demagogia. Por poner sólo un ejemplo, hace mucho tiempo ya Sócrates cargaba contra los filósofos sofistas, “que hablaban mucho y decían poco”, y que, en definitiva, lograban convencer o engañar, según la opción interpretativa que se prefiera escoger. Sobre cualquier hecho histórico o sobre cualquier tema intelectual existen dos maneras de reaccionar: de manera convencida y doctrinaria, por un lado; o de manera crítica, por el otro. Deberíamos estar de acuerdo en que la esencia del demagogo reside dentro de su propia mente y radica fundamentalmente en su irresponsabilidad ante las ideas mismas que maneja y que seguramente no le pertenecen en autoría. Algunos defendemos que la responsabilidad ante el posicionamiento sobre cualquier evento debería partir de la propia visión crítica de las causas que lo provocan.

Tres civilizaciones baluartes del progreso en su época como fueron la Grecia de Pericles, la Roma de Julio César y la Francia del Rey Sol, sucumbieron ante la degeneración intelectual ocasionada por el fenómeno de la demagogia. ¿Cuál podría ser la lección aprendida para aplicarla a la historia de nuestros días? ¿Cómo se plasma cínicamente la demagogia en la sociedad en la que nos relacionamos? ¿Cúales son hoy en día nuestros demagogos favoritos o consentidos? Éstas son las tres preguntas básicas que deberíamos intentar responder sin tapujos.

Un mal síntoma de nuestra sociedad actual resulta precisamente citar a los grandes sabios griegos, olvidándonos al mismo tiempo de sus demagogos anteriormente mencionados. Ello nos hace caer, sin duda, en la narración de una historia dulce, mitómana, repleta de salves y glorias. Recientemente Saddam Hussein se ha convertido en uno de aquellos personajes que permanecerán en el recuerdo del principio del nuevo milenio. Si realizáramos una encuesta de opinión pública para conocer al mejor demagogo del mes o de la semana seguramente ganaría el antiguo presidente de Irak o quedaría inmediatamente por detrás de Osama Bin Laden, ambos por todos conocidos. Hussein o Bin Laden ganarían en las apuestas realizadas en cualquier rincón del mundo, de ello debemos estar prácticamente seguros, a excepción de su propio territorio identificativo, el mundo árabe-musulmán; allí ganarían puntos los Estados Unidos de América y su Presidente, G. Bush Jr., como principales falseadores de la realidad internacional que nos vemos acostumbrando a sufrir. Analicemos por un momento el porqué de esta cuestión.

Partimos ahora de la premisa que sólo bajo la delgada o gruesa cortina del poder se puede hacer uso a mayor escala, sin remordimiento alguno, con descaro y con alevosía, de ese instrumento retórico y maligno que representa la demagogia. Estados Unidos, por un lado, es el encargado de enviar un mensaje positivo sobre la sociedad y las relaciones políticas internacionales que vivimos debido principalmente a su condición de potencia económica y militar hegemónica. Una visión totalmente opuesta la representa Irak, punta de lanza en el juego por el dominio de los recursos petrolíferos en Oriente Medio.

Otra visión crítica, difícil de encontrar en la prensa diaria de nuestros países occidentales desarrollados, sobre la arrogancia estadounidense y la derrota aparente del mundo árabe-musulmán sería la siguiente: los Estados Unidos pretenden consolidar su hegemonía mediante la expansión de la teoría económica del neoliberalismo y la excusa jurídico-diplomática de la intervención militar en caso de peligro latente para la comunidad de habitantes del planeta. Eso significa un peligro de conflicto armado constante bajo la decisión unilateral del Presidente Bush de intervenir o perdonar. La fusión de corrientes centrífugas y centrípetas en el mundo en que vivimos se resume en el encontronazo entre el pretendido fin de la historia, victoria arrolladora de las tesis capitalistas y del pensamiento único, contra el resurgir de un sentimiento identatario exacerbado que constata en peligro su propia religión, civilización y comunidad de valores.

Jean Daniel, desde la tribuna que le ofrece Le Nouvel Observateur, afirmaba en un artículo que los Estados Unidos estaban cediendo iniciativa en el terreno global a otros actores emergentes que despiertan del letargo como pueden ser la Unión Europea, la inextinguible Madre Rusia o China. Quizás sea ésta una señal de esperanza en el objetivo de mantener un equilibrio multipolar en beneficio del cual debe expresarse la Asamblea General de las Naciones Unidas. La primera condición para un mejoramiento de la situación presente sería hacerse bien cargo de su enorme dificultad. Sólo esto nos llevaría a atacar el mal en los estratos hondos dónde verdaderamente se origina.

El Imperio que no es capaz de sumergirse continuamente en un análisis autocrítico y en un proceso de reforma radical no muestra afán real de aligerar y llevar más cómodamente las presiones que no cesan. La historia también nos cuenta que los Imperios no duran una eternidad y que sus errores acostumbran a pagarse. El más fuerte abusa, como se suele decir vulgarmente, hasta que le acaban creciendo los enanos, que, sin duda, pueden llegar a ser más crueles que su verdugo tradicional.

Acusar de demagogo podría resultar hoy en día el argumento más fácil cuando no se sabe qué responder a un adversario político en un foro democrático tal como el parlamentario. Esperemos, finalmente, que en todos los casos, la acusación de demagogia sea fundada, como creo que ocurre en el caso de Irak, y que la alternativa a la misma se muestre convincente. Sólo así y de forma continuadamente crítica se podrá salvar la humanidad en el siglo que viene. Ya que la demagogia, y eso vuelve a estar constatado, está irremediablemente instalada en nuestro sistema de gobernabilidad mundial.

(DICIEMBRE DE 2003)

EL ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS CHAGOS

Durante la guerra reciente en Irak muchos de los aviones que bombardeaban su capital Bagdad despegaban desde unas pequeñas islas situadas en el Pacífico. Quizás haya llegado la hora de hacer aún más público este pequeño reportaje que salió por primera vez a la luz hace ya tres años, en abril del año 2000.

La historia del Archipiélago de las Islas Chagos representa el paradigma resumido de todos los vicios acumulados en los dos últimos siglos de la humanidad: colonialismo, genocidio cultural, desastre ecológico, carrera armamentística, emigración, catástrofe humanitaria, etc. A continuación se presenta la noticia de la existencia de un pueblo olvidado.

Hace un tiempo tuve la suerte de conocer a Jhingoor Baptiste, el Portavoz en Europa del Gobierno en el Exilio del Archipiélago de las Islas Ghagos. Quizás en un primer momento me pregunté si Jhingoor se trataba de un hindú de Surinam o de Tobago, de un malayo o de un punjabí, ya que nunca antes había oído hablar de su pueblo ni había visto raza igual, dicha sea la verdad. Fue él, sin duda, el que me convenció a elaborar este reportaje, después de una celebrísima discusión alrededor del fenómeno de la globalizacion y el predominio del imperio estadounidense.

El Archipiélago de las Islas Chagos cuenta aún hoy con unas sesenta y cinco islas dispersas siendo la más conocida de ellas Diego García. Esta isla de que hablamos fue descubierta por la flota portuguesa allá en el año 1532, cuando se encontraba a medio camino de culminar la ruta del Océano Índico que unía el Viejo Continente con la ciudad de Calcuta, bordeando el continente africano por el Cabo de Buenaesperanza.

A partir de 1776, y al igual que sucediera en las islas vecinas de Madagascar, Mauricio o las Seychelles, marinos franceses se instalarían en Chagos, a la vez que influirían de forma decisiva sobre su cultura. Sólo los británicos, en 1815, tras las guerras napoleónicas, pasaron a ser los nuevos inquilinos.

La cultura de la civilización de Chagos es milenaria aunque en la actualidad parezca haber caído en el pozo más profundo de la decadencia, debido, entre otras cosas, a los efectos perversos del colonialismo europeo. Los pobladores autóctonos de Chagos son llamados “ilois” y destacan, cómo pretendemos remarcar, por su procedencia remota, siempre a medio camino entre lo africano y lo oriental. Desde que los británicos se instalaran en Diego García mediante el British Indian Ocean Territory entendieron perfectamente la posible importancia estratégica futura del peñón ocupado.

La isla de Diego García se divide en dos áreas marcadamente diferenciadas. En su parte occidental, los británicos instalaron desde un buen principio una base de tránsito para su flota naval que hoy se ha convertido en una moderna y desconocida zona de uso exclusivamente bélico en la que destacan un centro de aprovisionamiento de aviones B-52, y unas tropas que suman aproximadamente diez mil soldados en su gran mayoría estadounidenses. Y es que en 1961, el Reino Unido alquiló Diego García al Ejército de los Estados Unidos de América, por una elevada cuantía económica y un período de cincuenta años de explotación.

En el marco de la Guerra Fría, bajo tutela de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), Diego García se convirtió en una Base de Fuerzas de Actuación Rápida (Rapid Development Forces), en una área geográficamente determinante para las próximas centurias de vida humana, más concretamente a mil quinientas cincuenta millas del sur de la península india, a medio camino entre el África Austral e Indonesia.

La parte oriental de la isla sólo puede ser accesible as través de una puerta blindada, protegida por unos soldados británicos que permiten recordar todavía cuál es la verdadera soberanía del territorio. Una vez allí, se puede apreciar un paisaje desolado compuesto por las antiguas cabañas de los indígenas ilois, hoy abandonadas, y un ecosistema en peligro extremo ocasionado por el turismo exótico de élite que se ha promovido y del cual sólo tienen conocimiento algunos multimillonarios anglófonos. El mar, otrora suave y cristalino, yace contaminado por la polución mercante.

En total, son unos seis mil los ilois que han emigrado en los últimos cuarenta años a Mauricio, mil más a las Seychelles y otros dos cientos repartidos entre las islas vecinas. El Gobierno en el Exilio del Archipiélago de las Islas Chagos reside en Port Louis, capital de Mauricio, encabezado por su presidente, Ferdinand Mandarín, a su vez asesorado por el abogado defensor de derechos humanos, Hervé Lassemillante. Mientras el Reino Unido alquilaba y vendía la isla a militares y turistas, a más de setecientos ilois les fué prohibido regresar a su tierra mediante la Immigration Act. El Presidente del Comitñe Chagosiano, el mismo Ferdinand Mardarín, protestó enérgicamente hace tres años ante una situación que no respeta ni la Declaración Universal ni la Carta Africana de Derechos Humanos. Tan sólo después de una campaña activa de protesta en la que se vieron involucrados el sistema de Naciones Unidas y la Organización de Estados Africanos, el máximo comandante de la Royal Navy en Chagos, Almirante Jackson, accedió a que los miembros del gobierno chagosiano pudieran visitar los lugares sagrados en los que reposaban durante décadas sus ancestros.

A partir de diferentes acciones de protesta en Europa y Mauricio, lugar dónde se encuentra la embajada británica más próxima a Chagos, y la aparición en algunos medios de comunicación escritos africanos (Le Mauricien), alemanes (Frankfurtes Rundschau), franceses y noruegos, a finales del año 2000 los cancilleres de asuntos exteriores alemán y británico, Joschka Fischer y Robin Cook, respectivamente, así como la propia Comisión Europea, se interesaron por las perspectivas de solución en el conflicto encubierto.

Bajo el grito de “Give us back our land”, cientos de ilois se manifiestan en estos días y reclaman que les sea concedida la libertad de regresar a sus antiguos domicilios, unos cuarenta años después de que fueran forzosamente desalojados.

Cambrils, julio de 2003