miércoles, 12 de enero de 2011

REVOLUCIÓN NECESARIA EN LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Artículo de José Luis Úriz, Portavoz del PSN-PSOE en el Ayuntamiento de Villava-Atarrabia (Lunes, 10 de Enero de 2011)

En los últimos tiempos, quizás porque mi tema dentro del PSOE me ha hecho estar más atento a estas cuestiones, he tenido conocimiento de numerosos casos de respuestas pura y duramente disciplinarias a lo que debiera ser exclusivamente un debate político claro, libre y transparente. Los casos recientes de Antonio Asunción en el PSPV, Koldo Méndez en el PSE, Oliver Klein en el PSC, las compañeras y compañeros del PSC de Tenerife..., indican que algo de fondo está fallando.

Me consta que esta situación de mano dura se extiende como una gran epidemia por el funcionamiento interno de todos los partido políticos sin excepción (el caso de Álvarez Cascos en el PP lo demuestra), sean de la derecha o la izquierda, nacionalistas de un tipo o del otro, pro sistema e incluso antisistema.
Siempre he denunciado, con nulo éxito, la situación en el interior de esos partidos políticos -de todos ellos- en lo que se refiere a la falta de democracia interna, incluso he trasladado estas tesis a mis aportaciones en los diferentes congresos.

Hay que tener en cuenta que nacieron en el siglo XIX y prácticamente no han evolucionado nada en esta cuestión. Se han convertido en una maquinaria electoral desideologizada en la que prima exclusivamente la disciplina -sumisión en mi opinión-, cercenando cualquier debate, cualquier disidencia que pueda suponer un peligro para las élites que los dirigen, aunque generalmente la intenten disfrazar con el ropaje de que eso debilita al partido y es castigado electoralmente por la sociedad.
Es probable que esto último sea cierto ya que la sociedad actual, aunque siga considerando a los políticos como uno de sus mayores problemas, castiga cuando en el interior se manifiestan pluralidad ideológica, debates enriquecedores o atisbos de libertad. Esa contradicción es utilizada por sus dirigentes para cortar de raíz cualquier disidencia, cualquier discrepancia con el poder establecido, utilizando un instrumento cruel y deleznable que se conoce como medidas disciplinarias, en un primer momento a través de simples amenazas que suelen culminar con su estricta aplicación.

Por eso en los estatutos que rigen su vida interna y externa, el apartado disciplinario es el más extenso. En lo que conozco, tengo la sensación que una gran parte de lo que se refleja ahí es claramente ilegal, infringiendo muchos de los derechos básicos contemplados en nuestra Constitución. Por eso, en los últimos tiempos muchos de los afectados por esta injusta situación recurren al amparo de los tribunales de Justicia, apoyándose en lo señalado en nuestra máxima norma de convivencia, haciendo referencia a la vulneración de derechos fundamentales. Sería paradójico que la necesaria democratización de estos partidos esclerotizados y rígidos viniera a golpe de sentencias judiciales que les obligaran a adaptarse a los nuevos tiempos.

Porque lo normal debiera ser que un afiliado tuviera los mismos derechos como ciudadano que como militante, y que las normas básicas que rigen la vida fuera de los partidos se aplicaran también dentro.
Lamentablemente, en muchos casos eso no es así, y por eso en los últimos tiempos esos conflictos que debieran ser solucionados en clave interna trascienden al ámbito judicial. Qué mal está esto cuando ocurre una circunstancia así.

Quizá sea éste el momento, aunque sólo fuera para recuperar la confianza perdida en el seno de nuestra sociedad, de poner fin a esta situación y emprender una profunda transformación de los partidos políticos en nuestro país. Podría ocurrir que el primero que tenga el valor de hacerlo acabe teniendo un plus electoral inesperado.
Conseguir que dejen de ser una maquinaria al servicio de sus dirigentes, una fuente de empleo -curiosamente para los sectores más jóvenes que acceden a ellos y que debieran ser precisamente por eso los más rebeldes, los más críticos- que genera dependencia y sumisión a quien tiene el poder de repartirlo. Ser capaces de convertir sus paredes de acero en cristales transparentes, con una mayor democracia interna, fomentando la libertad de expresión, debates activos, rotación constante en su dirección y en sus cargos públicos, incompatibilidad de cargos, límite de mandatos, listas electorales abiertas, etcétera. Que se conviertan realmente en una maquinaria al servicio de la sociedad, en los que cualquier cargo suponga un esfuerzo de dedicación a ello y no una prebenda. En instrumentos, especialmente en los de ideología de izquierda, que no se limiten a interpretar a la sociedad de manera electoralista, sino que tengan el valor de intentar transformarla aunque para conseguirlo pongan en peligro esos éxitos electorales.

Es probable que a la hora de enfrentarse a esta terrible crisis que nos invade, fuera necesario romper con ese corsé electoral que nos obliga al cortoplacismo y tener el valor de afrontar la toma de decisiones con una mirada estratégica. Incluso con el riesgo de perder elecciones. Ser más imaginativos, audaces, innovadores. Ahora que se habla tanto de este concepto en el campo de la tecnología, de la investigación, de la ciencia en general surge la pregunta: ¿por qué no serlo también en la política? En estos oscuros momentos que nos está tocando vivir, quienes intentan ser imaginativos, audaces, innovadores en el seno de los partidos políticos, acaban siendo pasto de las llamas de las hogueras preparadas por los nuevos Torquemada. La Santa Inquisición que pensábamos era propia del pasado, vuelve con fuerza en esta época que ya hace años algunos historiadores definen como segunda Edad Media.

Quizás sea éste el momento de abrir el debate con valentía, dentro y fuera de los mismos, al menos en los de izquierdas como el propio PSOE. Partiendo de una base fundamental: que todas las actuaciones disciplinarias en vigor queden en suspenso. Una especie de amnistía política que permita participar en sus debates internos a todas aquellas personas que tienen algo que aportar. Porque son precisamente éstas, las que han tenido el valor de enfrentarse a los aparatos, las que tienen una mayor capacidad intelectual, las que han tenido la valentía de expresarlo libremente y por eso están en esa situación. Probablemente lo más valioso de cada partido haya estado o esté bajo el peso de esa terrible disciplina interna.

Creo que somos más quienes estamos a favor de esa profunda reforma. Los que apostamos porque el aire fresco inunde sus salas y despachos para que sean los más valiosos, quienes más capacidad intelectual e ideológica tengan y no los más serviles, lameculos, burócratas vulgares o buscadores de empleo estable, los que dirijan estas naves. Somos más quienes desde la base -porque la base es inmensamente mayor que las cúpulas dirigentes- estamos exigiendo esos cambios, y quizás sea bueno y saludable que una profunda revolución interna, como un inmenso tsunami político, acabe con el arcaico sistema actual.

Una revolución pacífica, ideológica, intelectual, democrática, libertaria. Ahí estamos, ahí estaremos, ahora sólo falta que más se unan a esta cruzada. La política y la sociedad necesitan esta revolución.

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