miércoles, 29 de agosto de 2012

DE NUEVO LOS INDIGNADOS

¿INDIGNACIÓN PARA QUÉ? ¿QUÉ NOS ESTÁ PASANDO? Los últimos hechos del Movimiento 15 M, conocido como el de los Indignados, y el de su versión estadounidense de Occupy Wall Street, me sugieren básicamente un doble debate entre: la contraposición entre política y economía, cómo interactúan entre ellas, y quién domina a quién; y, el derecho consuetudinario a protestar frente al “mal gobierno”. Habiendo viajado en los últimos meses por diferentes latitudes del planeta veremos como la definición de “indignado” cambia según las acepciones y circunstancias aplicadas sobre el mismo concepto. De forma general, el indignado sería “aquel individuo que siente que le están tomando el pelo desde hace tiempo, y tiene la sensación de estar en un paso previo a la actuación si no quiere que la cosa empeore aún más para sus intereses”. En países de América Latina, pongamos como ejemplo a México, me dicen que la “indignación” es consustancial a muchas décadas de historia reciente que acumulan democracias ficticias y decisiones engañosas en todos los aspectos de la vida pública (corrupción, concentración de poder, aumento de las desigualdades, etc.), quizás dónde más en el terreno económico y el poder asignado a los propios partidos políticos que tenían que ser los gendarmes del juego limpio, al menos en la teoría. Sólo cuando el umbral de percibir que seguramente el futuro de los hijos pueda ser amenazado por designios externos no compartidos por una mayoría de la sociedad las masas ciudadanas podrían promover un alzamiento que va construyéndose. Eso es lo mismo para México que para Argentina, España o Estados Unidos, según sus condiciones ad hoc, pero ahí están el cansamiento, desencanto, percepción de inmovilismo, control social sutil o represivo, etc. Las revueltas sociales más importantes, tanto violentas como de talante pacífico, ocurren en momentos álgidos de la historia, como puede ocurrir en la actual revolución tecnológica, durante los cuales el repartimiento de los beneficios se produce más que nunca de forma desigual, a lo que se pueden descifrar “culpabilidades globales” que generan “incidencias locales”. En España se señalan como culpables desde las manifestaciones que proliferan en la calle a los banqueros y a los políticos, que van desde el nivel internacional, Lehman Brothers y las “subprime” de los Estados Unidos, por ejemplo, al nivel de descomposición diario y paulatino de la situación de nuestros vecinos más inmediatos en nuestros municipios catalanes. Ante el panorama desolador actual existen grandes temas sobre los cuales no se puede retrasar la aportación de propuestas y soluciones, los cuales podemos dividir en tres grupos: la gobernabilidad política global (a partir de una reforma profunda del sistema actualmente decadente de la Organización de las Naciones Unidas); la gobernabilidad del sistema económico y financiero (a partir de la reforma de las instituciones supervivientes del final de las Segunda Guerra Mundial, como pueden ser el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, a las cuales podemos sumar, en el nivel de intercambio entre naciones, a la Organización Mundial de Comercio); y, finalmente, la gobernabilidad interna misma del sistema político exportado durante el último siglo a nivel mundial como es la democracia, la cual está siendo intervenida y manipulada alejándose así de sus mandatos fundacionales y significado principal. A continuación existen otros grupos de grandes problemas globales que deberán acometerse, una vez cimentadas las grietas de las cuestiones anteriores, situados alrededor de la gobernabilidad del cambio climático, los flujos migratorios, la guerra y el hambre. Todos estos temas de agenda pública son percibidos tanto a nivel global como a nivel local, con la sensación de que no hay propuestas inteligibles hacia su buen gobierno. Para bajar un poco al nivel de lo más inmediato en nuestro nivel catalán, español y europeo, en estos momentos se está abordando la extinción de nuestro Estado del Bienestar por el que tantas generaciones anteriores habían luchado y sobre el cual algunas decisiones extraciudadanas están situando la losa de su posible desaparición tal y como se había formulado y desarrollado durante más de cincuenta años. Una buena manera de encarar muchos de los retos pendientes en este siglo XXI sería el de iniciar una reforma profunda del sistema político en sí mismo, o sea la institucionalidad que promueve la misma gobernabilidad de los grandes ámbitos indicados, así como su real práctica democrática en nuestros días. Y ello se puede hacer con más participación ciudadana, o sea invitando directamente a participar al ciudadano en la toma de las decisiones públicas, ya que en la actualidad los recursos de que dispone nuestra estructura burocrática se han manifestado limitados y de un grado de tecnicidad tan elevado que la gran mayoría de la población ni siquiera conoce su disponibilidad. “La democracia es de todos y ha de ser ejecutada por el pueblo día a día”, parece ser una máxima válida que, pese a su obviedad, ha quedado en quimera. Efectivamente la democracia que hemos desarrollado ha venido incluyendo de nuevo un acento oligárquico que provoca que los grandes mandatarios, poderosos, influyentes y adinerados protagonistas, con el capitalismo neoliberal que se ha venido imponiendo en las últimas décadas, hayan afianzado aún más sus lugares privilegiados. A lo cual la población mundial sólo ha podido asistir como espectadora pasiva sin poder ni tan siquiera expresarse más allá de la elección cada cuatro años de su mejor candidato. Es en este contexto que los movimientos sociales de protesta, como hemos dicho anteriormente, surgen de la necesidad en sí misma, pese a que, como observamos también hoy día, pueden carecer de la definición y elaboración de unos objetivos concretos a proponer como opción válida alternativa. Todo ello es motivo de un proceso, y no debe tirarse la toalla simplemente por no hilvanar a la primera un discurso totalmente coherente de lo que puede surgir de la oposición lógica a lo impuesto sin reservas. El mismo tiempo de la protesta pone el énfasis en lo que realmente puede valer la pena y qué cosas se pueden quedar en el camino por imposibilidad latente o inconveniencia. Resulta imprescindible aprender de las revoluciones anteriores como puede ser la del Mayo de 1968, cuando hoy en día el balance de algunos de sus componentes principales no pasa por ser excesivamente triunfalista. A veces los movimientos quedan en hitos, lo cual ya es trascendental a su manera. Las protestas de 2008 a 2012, con su gran efervescencia a partir del 2010, aún deben analizarse en su fase inicial como conjunto. Centremos nuestro debate pues en la interrelación entre los conceptos de Política y Economía. La política, bajo mi modesto punto de vista, siempre debería haber gobernado a la economía, y como se viene recordando muy a menudo, y no es malo, tan sólo la economía sería capaz, en ocasiones, al igual que el Derecho, de poner auténticos límites a la misma capacidad de gobernar de los elegidos según cada caso, presupuestarios o legales, básicamente. En el derrumbe de nuestro sistema actual de organización ha estado ocurriendo todo lo contrario. El poder político ha estado siendo dominado, siempre sutilmente, pero cada vez de forma más consentida, por el gran capital, o sea las grandes empresas transnacionales que tienen la capacidad de ejercer de lobby para defender sus propios intereses por encima del bien común, y de aquí que se haya producido un matrimonio de conveniencia entre mediocres gerentes de la cosa pública y oligarcas del capitalismo de casino mediante el instrumento fundamental de su influencia directa sobre los partidos políticos. Partidos políticos a los cuales se les otorga la propiedad de tutelar toda la democracia, olvidando al pueblo y actuando tan sólo mediante sus fieles, y poquísimos, militantes, lo cual no es otra cosa que “partitocracia”. Adueñamiento indebido con toda cobertura posible menos la ética y moral. Con todo lo dicho anteriormente conseguimos liderazgos flojos, tanto de las instancias públicas más cercanas al ciudadano, como pueden ser los ayuntamiento, como de los Estados o agrupaciones de Estados, como puede ser la misma Unión Europea. Generamos una “clase política” incapaz de prevenir los acontecimientos pero en cambio sí muy dispuesta a defender el estatus quo del momento, que es su propio beneficio. La unión entre política y capital acaba produciéndose a favor del segundo elemento. Los políticos siguen el guión de lo preestablecido y no ven horizontes más allá, y sólo algunos economistas rebeldes avisan del desastre cuando este se avecina de verdad. Hemos conducido demasiado lejos y a demasiada velocidad, y quién llevaba el volante no era precisamente el gobernante que debiera sino un aprendiz indocumentado favorecido por el liberalismo que todo lo hace fácil, cuando no lo puede ser de ninguna de las maneras. Hubo dinero mientras se especuló y se especuló con todo lo que había, hasta llegar al límite de la solvencia mínima, controladores de la cual durante demasiado tiempo también estuvieron escurriendo el bulto. Lo que era una crisis económica y financiera, provoca de esta manera una deriva y un malestar social creciente por la falta de aplicación de recetas definitivas, que no sean aumentar impuestos, cerrar el crédito, dejar de invertir, socavar derechos… El capitalismo conocido como “fire”, basado en las “Finances, Insurances and Real State” no conllevaba ningún beneficio directo al ciudadano corriente de cada país más allá del espejismo y el cortoplacismo. La Economía en los últimos años ha sido ficticia y eso después de haber comido mucha zanahoria, ahora quiere decir recibir palo. O sea, engaño. Consecuencia: indignación. Por si fuera poco el panorama, una vez se analizan los errores, en lugar de actuar urgentemente para corregirlos, quién debería tomar decisiones es incapaz, lo cual genera un estado de incertidumbre global en el que se suceden las crisis parciales en Islandia, Irlanda, Grecia, Portugal, Italia, España, Chipre, Francia, Bélgica… si hablamos del continente europeo, a raíz de la defensa a ultranza de la moneda única, o sea el Euro, lo cual no quita el riesgo inminente de saturación en el Reino Unido, los propios Estados Unidos, efectos nocivos igualmente provocados por la subida de productos alimenticios básicos sobre el mundo subdesarrollado, etc. La resistencia al mal gobierno es un derecho que no estaba de moda pero que siempre se ha debido considerar, y es la espina dorsal de cuando la indignación intenta pasar a la acción en nuestro contexto capitalista desde que escribiera sus tratados Thureau. En función de la cultura del país y su geografía humana ocurren determinados acontecimientos, pero no podemos dejar de buscar paralelismos entre la conocida “Primavera Árabe” y los movimientos de protesta en el hemisferio occidental, que van desde España a los Estados Unidos. Si en el Magreb u Oriente Medio las revueltas populares contra el mal gobierno se dirigen a tumbar los regímenes dictatoriales establecidos mediante la violencia, las reivindicaciones del Norte suelen ser más pacíficas hasta el momento, basadas en el concepto de desobediencia civil, aunque sólo cabe calcular el nivel de hartazgo al cual se pueda llegar finalmente. En Europa y Estados Unidos el principal enemigo, el “gran capital”, no se reconoce tan fácilmente, y es escurridizo, mientras en dónde aún hoy se fragua la Revolución con sangre las dictaduras están en el ojo del huracán. Sin embargo, en ambos casos, se da la oportunidad de observar como la oposición indignada es representada como la suma de diferentes grupos o colectivos maltratados que ven llegado el momento de invertir su mala suerte, heterogeneidad de los cuales sorprende, y a la vez provoca una cierta lentitud y dispersión en el reto final asumible. Generalmente los que tienen menos comodidades, o sea menos que perder, o más que ganar, son los que salen victoriosos. Concluyendo, el Movimiento de los Indignados, así como el de Occupy Wall Street, han representado un canal imprescindible de canalización de diferentes descontentos, a la vez que han servido para popularizar un relato sobre lo que ha sido nuestra historia en las últimas décadas y su engaño fundamental hasta llegar a nuestros días. Los que se beneficiaban de determinado tipo de capitalismo hacia el exterior, o sea Europa o Estados Unidos, han visto como le han explotado en su interior unas contraindicaciones que cada vez agravan su enfermedad de haberse creído el Imperio por demasiado tiempo sin concesión alguna para sus vasallos. Al mismo tiempo, en otros rincones del planeta, que habían sufrido a su vez los designios de la injustica del librecambismo a ultranza, se producen cambios políticos con la fuerza bruta de los oprimidos que generan nuevas posibilidades. Si juntamos los riesgos de una economía y una política que se ponen en entredicho en diferentes sitios a la misma hora, por diferentes motivos pero también bajo una misma lógica de no querer continuar de la misma manera, veremos cómo el Mundo se encuentra viviendo un cambio profundo que nos queda por conocer. Por un lado, seguramente Europa y Estados Unidos no serán el eje principal sobre el cual gire la geoestrategia internacional para la cual se tendrá que tener más en cuenta a los países BRIC y los New Eleven. El hecho de ocupar espacios públicos como mecanismo de protesta, ya sea en la Plaza del Sol de Madrid, la Plaça Catalunya de Barcelona, la Plaza Syntagma de Atenas, la Catedral de Saint Paul en Londres o Zucotti Square en Nueva York, no deja de ser el reflejo de la utilización de un mismo lenguaje frente a lo que se consideran atropellos a una gran mayoría de ciudadanos por parte de unos pocos (lo que se representa bajo la ecuación de una batalla que se lleva a cabo entre más de un noventa por ciento opuesto a una minoría poderosa). Más violentos son los hechos de la Plaza Tahrir en El Cairo por los motivos anteriormente mencionados, pasando por Túnez, Libia, Yemen, Siria o Bahréin. No sólo se trata del activismo multiplicado debido a la coyuntura de grupos izquierdistas o de los simpatizantes de la “Adbusters Media Foundation” en el caso norteamericano, sino de entender que lo que desde hace mucho ya protestaban o criticaban muchas personas e intelectuales de manera desorganizada, y no sabían cómo explicar en un mismo relato, hoy ya se ha hecho para una gran parte de la población mundial más que entendible. Porque vivimos en un solo mundo, interconectado por las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales que se aprovechan tanto para lo malo como para lo bueno. La Indignación en estos momentos tiene una fecha. La acción otra, a posteriori. El cambio es inevitable en el horizonte. Los actores clásicos que no funcionan pueden ser fácil y rápidamente reemplazados. ¿Hasta qué punto? Vamos a seguir observando. Zygmunt Bauman dice que no ve una igual correlación de fuerzas entre la ira ciudadana expresa en los tweets de casi todos los rincones del planeta, y la capacidad de influencia de las reales protestas en las calles. Nos da algunas pistas de lo que puede estar pasando y como mejorarlo: no deberemos abandonar el espíritu solidario que conlleva a cualquier pretendido cambio global, sin dejar de procurar por las clases más desfavorecidas, a las que hoy no se les permite casi ni opinar ni decidir. Por otro lado habría que cambiar la superestructura , política y económica cómo ya hemos anotado, agotada y que nos asfixia, intentando volver a la etimología de cada palabra clave como puede ser el mismo concepto democrático. El Mundo ha estado copiando un modelo irresponsable que es el de los Estados Unidos de América, para concretar aún más, en el cual como ejemplo más grave se premia a los ricos y se castiga a los pobres, ante la imposibilidad matemática de que todos podamos ser ricos. Las políticas de austeridad, para poner otro ejemplo, no funcionan en ninguno de los casos de la manera que han sido aplicadas: ya se ha comprobado que sólo son un letargo para seguir reproduciendo las desigualdades, o sea que todo parezca cambiar sin que realmente cambie nada… Con un gran peligro hoy: el conflicto abierto o la catástrofe. Si no hay Revolución.

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